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El trópico parece acompañar a quienes lo han dejado para vivir en Suiza, como lo demuestra la novela Felicidad quizás, de Mario Salazar Montero (Armenia, Colombia, 1950). Este narrador e ingeniero mecánico residente en Zúrich ha publicado los libros de relatos Cualquier cosa es amor (Tercer Mundo, 1983) y Cara o sello (Kanoa Verlag, 1997), así como las novelas Entre virgen sombría y mártir exótica (Tercer Mundo, 1984), Jugamos como nunca (Kanoa Verlag, 1991) y Herencia de milagros (Kanoa Verlag, 2007). Felicidad quizás (Kanoa Verlag, 2002) es su quinto libro.
Al inicio de esta novela se dibujan tres líneas argumentales que no tardan en converger: la aparición de unos cadáveres en la playa del poblado ficticio de Llevadó, el exilio sudamericano de Lukas Negeli, desterrado de Suiza por una falsa acusación de malversación de fondos, y el periplo de Evelio, un joven que acaba de robar unos dólares del cuartel donde hacía el servicio militar. El mencionado pueblo de Llevadó, puerto aprisionado entre la selva y el Pacífico, será el principal escenario de un ciclo de delitos, indiferencias y engaños.
En Felicidad quizás todos los personajes son malos. No tienen valores de ninguna clase y cada uno quiere aprovecharse del otro: Lukas Negeli, el suizo víctima de una injusticia, comienza a utilizar a los lugareños. Jaramillo, de origen humilde, llega a convertirse en mandamás del pueblo por medio de crímenes y negocios dudosos. Evelio, después de su primer delito, duda entre una carrera de secuestrador, chantajista o sicario. Nisidé, mujer que perdió la juventud en una mala experiencia de emigración, estará con todos, de acuerdo con lo que le convenga. Entre ellos no surgen amistades, sino alianzas que se pueden romper con facilidad, y la mutua antipatía salpica de igual modo al lector.
La crueldad y la falta de conciencia ante los delitos propios evocan al García Márquez de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. El reflejo de la vida en el aspecto físico, al que recurre Salazar Montero con frecuencia, otorga una dimensión similar a la de El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Un narrador omnisciente que analiza constantemente a los personajes y cuenta las mismas acciones en diferentes perspectivas contribuye a crear una novela de largo aliento, acorde con el ambiente denso y asfixiante de la selva.
Esa diferencia en la mirada se explora mediante el papel del video. Evelio utiliza una cámara como un instrumento de su potencial labor delincuente y lo filmado le permite descubrir lo que otros no quieren ver. Dependiendo de la edición del video, Lukas Negeli se representa como un santo o un explotador. Se juega a la cámara escondida, se arman escenas de una pasión falsa, los personajes dialogan en silencio a través de las imágenes, que quedan como pruebas de crímenes, halagos a la vanidad personal y recreaciones del yo.
Después de seguir todas las estafas y planes enrevesados maquinados por los personajes, es inevitable preguntarse qué los mueve. Aunque la idea del “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” surca la novela como hipótesis, Felicidad quizás apunta más bien a “quien a hierro mata a hierro muere” y en algunos casos la venganza supera al delito. La motivación de los personajes siempre es mezquina y egoísta, y pretende confundirse con una ilusión de felicidad, lograda por acumulación de bienes materiales, que paradójicamente siembra la semilla de su propia destrucción.
Las imágenes escatológicas con las que Mario Salazar Montero suele regodearse refuerzan el realismo de su narrativa, en la que no cabe buscar ideales, ni culpas, ni redenciones. Felicidad quizás propone la desesperanza: No llegamos al cambio y quedamos sin escapar de la selva, anclados en el ciclo planteado desde el inicio.
Mario Salazar Montero (2002): Felicidad quizás. Zürich: Kanoa Verlag. 358 páginas.
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