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Al hablar de “libros guardados” en esta entrada, me refiero a numerosos ejemplares de un libro de nuestra autoría que quedaron en nuestro poder, ya sea porque asumimos los costes de impresión o son los ejemplares de autor que nos correspondieron en una coedición o en un tipo de publicación en el que no cedimos nuestros derechos de venta y distribución de la obra [1]. No me refiero a libros viejos o usados en general, ni a aquellos sobre los cuales no tenemos derechos.
Los ejemplares mencionados han sido condenados a un triste destino: no se abren, no se leen, rara vez se exhiben en un lugar visible de nuestros hogares. Los libros se quedan en el sótano, en cajas, en una estantería que nadie ve, en un armario. Pasan los años, se llenan de polvo y simplemente están allí, al margen de nuestra memoria, hasta que una mudanza, la falta de espacio o un encuentro casual al buscar otro objeto guardado nos hace preguntarnos qué hacer con ellos. Para saberlo, primero hay que preguntarse por qué esos libros se quedaron guardados.
Razón n.º 1. El libro está deteriorado
Si se trataba de una edición de bolsillo, con papel ácido, guardada por mucho tiempo en un sitio con humedad, probablemente el papel esté amarillo y salpicado de hongos, la cubierta haya perdido color o las páginas se hayan desprendido. En pocas palabras, el libro no está apto para su venta y como regalo insultaría a quien lo recibiera.
Razón n.º 2. La edición tiene errores
La cubierta, aparte de mal diseñada, presenta uno o más errores tipográficos, hay montones de erratas a lo largo del texto, el papel y el encuadernado son de baja calidad, las ilustraciones dan pena, sin contar los problemas con los márgenes y las sangrías. Esa edición, producto de una imprenta que hizo mal su trabajo, el descuido o la inexperiencia del encargado de la maquetación, avergüenza al autor del libro, quien no quiere mostrarlo por nada del mundo.
Razón n.º 3. A usted ya no le gusta su libro
Aquí no hablamos de la edición sino del contenido. Quizás fue una obra primeriza. En el transcurso del tiempo, su estilo ha madurado, usted ya no ve con buenos ojos aquella muestra de tiempos más despreocupados y le parece horrible lo que escribió. Lo considera tan malo que ni siquiera lo menciona en su currículo literario.
Razón n.º 4. Usted no halló cómo distribuirlo en su momento y decidió dejar las cosas así
Si pagó una autopublicación tradicional, siguió uno de sus cursos más naturales: después de regalar unos cuantos ejemplares, lograr que algunos amigos y familiares compraran otros y haber sido ignorado por librerías y reseñadores, a usted le quedaron cientos de ejemplares con los que no ha hallado qué hacer y, con el correr del tiempo, se ha ido perdiendo el sentido de moverlos.
Razón n.º 5. Es un libro especializado y usted nunca se propuso venderlo
Típico caso de los libros académicos de público restringido. Si usted decidió editar el producto de aquella tesis de maestría o doctorado, o aquel trabajo de ascenso, probablemente haya descubierto que nadie lo ha leído, ni siquiera las personas a quienes uno se lo ha regalado. Pero, de todos modos, el punto nunca fue venderlo ni ganar dinero, sino tener una publicación avalada para fines curriculares.
¿Qué se puede hacer?
Una vez ubicada la razón por la cual hemos dejado los libros guardados en casa, pasamos al punto de qué hacer con ellos.
Si se aplican las razones 1 y 2: realizar una edición digital o una nueva edición en papel mediante impresión bajo demanda. En esta edición, se corrigen los errores, se revisa la maquetación y se actualiza la cubierta. Esto le daría una nueva vida al libro y lo haría llegar a más lectores.
En cuanto a la razón n.º 3: no hay nada que nos impida sacar una edición mejorada y actualizada de nuestros libros, aun tratándose de ficción. Isaac Rosa reformuló su primera novela, La malamemoria (Del Oeste Ediciones, 1999), y se burló de su propio estilo al reeditarla como ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral, 2007).
Otra variante consiste en “reciclar” nuestros escritos y usarlos para una publicación distinta. Por ejemplo, si sacamos a la luz un libro de relatos, del cual solo nos siguen gustando unos pocos textos, estos podrían reunirse en otro volumen junto con materiales más recientes.
Si uno está harto del libro y no quiere tener nada que ver con su contenido, podría optar por usarlo como objeto, con una finalidad apartada de la lectura. Quien sea lo suficientemente creativo y atrevido puede hacer arte a partir de los libros o el papel, como en los ejemplos de este tablero de Pinterest.
Si lo que llevó los libros a quedarse guardados fue la falta de ideas para la distribución (razón n.º 4), aquí presento algunas opciones:
- Vender el libro por Amazon. Para esto no es necesario digitalizarlo ni sacar una nueva edición por CreateSpace. Basta con crear una cuenta de vendedor.
- Entregarlo como regalo promocional en campañas de marketing de publicaciones recientes; por ejemplo, en ofertas 2 x 1, como premio en un concurso, como agradecimiento para quienes asistan a la presentación de nuestro último libro o a una de nuestras lecturas. O simplemente ofrecerlo en nuestro blog a quien se interese por él y enviárselo por correo, como en este caso.
- Revivirlo en una edición digital, que tal vez ayude a darle visibilidad al libro en papel.
Téngase en cuenta que si el problema de la distribución es la única razón para dejar un libro guardado en casa, se corre el riesgo de llegar a los casos 1 y 3 (es decir, que se deteriore y que deje de gustarnos), con lo cual se reduce el espectro de acción, así que lo más conveniente es no darle muchas vueltas al asunto y comenzar a moverse.
La razón n.º 5 es un caso muy distinto. Estamos hablando de libros que se dirigen a un nicho muy pequeño. Mientras que con las otras opciones había posibilidad de ganar dinero y mejorar una edición fallida, la falta de interés por parte de lectores alejados del área de especialización hace que muchos canales de distribución se muestren poco eficaces. Para colmo, los libros académicos, aunque muchas veces no están ni bien editados siquiera, son más caros que los libros promedio. Por ende, la solución consiste en llevarlos directamente a quienes los puedan aprovechar. Esto es lo que he visto hacer en el medio:
- Usar el libro como parte de la bibliografia básica de algún curso que estemos impartiendo y vendérselo directamente a los estudiantes, con un precio muy asequible. Insisto en lo del precio asequible porque hay docentes que quieren sacar de los estudiantes lo que no han ganado por otros medios, pero los chicos captan la intención de inmediato y terminan fotocopiando el ejemplar de la biblioteca o del único estudiante que lo compró para quedar bien con uno.
- Dárselo a estudiantes que trabajen en un tema de investigación relacionado. Reconozco que me he beneficiado de profesores que me han regalado sus propios libros para mis investigaciones.
- Rifarlo. Lo hice en mi último semestre de clases, antes de venir a Europa, en la universidad privada donde trabajaba y, aparte de que fue divertido, los estudiantes agradecieron la oportunidad de aumentar sus bibliotecas personales.
- Donar ejemplares a bibliotecas académicas, donde sus lectores potenciales puedan encontrar el libro con mayor facilidad.
En ninguno de los casos he sugerido la opción de ofrecer ejemplares a una librería, por el siguiente motivo: en mi experiencia y la de amigos escritores, las librerías (aun las pequeñas) siempre han desdeñado los libros llevados por sus autores (aunque no sean autopublicados ni coeditados), porque de una vez asumen que no se van a vender. Evidentemente solo los aceptan por consignación, los ponen en el hueco más recóndito del local (donde no estorben a los bestsellers ni a los de las grandes editoriales), a veces nunca los sacan del almacén. No se comprometen a dar informes sobre su venta y el autor pierde todo control de esos ejemplares. Si uno no tiene una relación estrecha con un librero, con el que uno esté seguro de que esto no sucederá, o combina la entrega de los libros con un evento de lectura en el local, más vale decantarse por otros métodos que aumenten la probabilidad de vender el libro, darle visibilidad o al menos hacer que llegue a la gente que se interese por él.
En resumen, disponemos de varias opciones y no hay excusa para que los libros propios continúen guardados. Si usted no hace nada con ellos, tenga la certeza de que en las cajas, los armarios y los sótanos no benefician a nadie y no hacen más que ocupar espacio. Da tristeza que un trabajo en el que se ha invertido tiempo y dinero (aunque este no haya salido de nuestro bolsillo) permanezca ignorado cuando hay formas de sacarle provecho. ¿A alguien que se haya visto en la misma situación se le ocurre otra alternativa para que nuestros libros no se queden guardados en casa?
________
[1] Para aclarar esta distinción, pongo un ejemplo de mi país. En Venezuela, muchas editoriales universitarias o fondos editoriales de instituciones culturales publicaban libros aprobados previamente por un editor o un comité, pero, dado que dichas publicaciones no solían tener fines de lucro, el autor recibía un gran número de ejemplares y podía disponer de ellos como quisiera. Esto implicaba que el autor no pagaba nada, no se encargaba de la maquetación ni de la impresión del libro, pero tampoco recibía dinero por la venta de ejemplares, a menos que vendiera los suyos. Muchos autores regionales y profesores universitarios han publicado conforme a este tipo de acuerdos. Mi primer libro, El mito de la segunda parte, formó parte de una colección de narrativa impulsada por la Secretaría de Cultura del gobierno de mi región y me correspondieron cien ejemplares como autora. En cambio, de acuerdo con el contrato de edición firmado con Los Libros de El Nacional, solo recibí veinte ejemplares de mi Diccionario de latinismos en el español de Venezuela y todos tienen un sello de prohibición de venta.
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Si quieres liberar tus libros, lo puedes hacer por medio de http://www.liberandolibros.com.ar/
Gracias por el dato, Diana. Los sistemas de préstamo e intercambio son una buena alternativa a dejar los libros guardados en casa o terminar botándolos por falta de espacio.