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Al día siguiente de su conferencia sobre la literatura para mirar, pudimos escuchar de nuevo a Vicente Luis Mora en la Universidad de Berna, esta vez en el marco de un evento más formal (pero no por ello menos interesante) con el apoyo del Círculo de Amigos de España, Portugal e Iberoamérica.
Estábamos en un auditorio del Unitobler, teníamos a Vicente Luis Mora detrás de un podio, una mesa expectante para una venta de ejemplares de los últimos textos publicados por el autor cordobés, como Alba Cromm (Seix Barral, 2010) y El lectoespectador (Seix Barral, 2012), preparada por LibRomania, y un aperitivo esperándonos a la salida, cortesía del Círculo de Amigos.
Vicente Luis Mora inició su intervención admirado de que algunos de los presentes hubiésemos asistido por dos días consecutivos a sus conferencias, pues ni siquiera su madre, en una ocasión similar en Córdoba, fue capaz de acudir a ambos actos, a pesar de que Vicente es su hijo mayor y probablemente el preferido.
Esta vez, Mora, desarmado de presentación de PowerPoint, mini laptop y tableta, nos dio una conferencia titulada “Campo de pluma: los escenarios de la narrativa española contemporánea de la Guerra Civil a la Guerra de las Galaxias”, en la que hizo un recorrido por la narrativa española de las últimas décadas por medio de sus luchas, temas y conquistas, y nos recordó que como creador batallante carecía de distancia.
Para el momento de la muerte de Franco (1975), ya había narrativa experimental representada por Juan Benet, Juan Goytisolo, Camilo José Cela, Miguel Espinosa y Julián Ríos, cinco maestros que en la década de 1970 estaban en la cima de sus carreras. Al pasar a la década de 1980 hay un cierto sentimiento de malestar por parte de autores más jóvenes y se manifiesta un rechazo a la literatura anterior, con eventual excepción de los maestros.
Entonces se dieron dos tendencias hegemónicas: Una literatura de realismo social, con novelistas como Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, y una literatura innovadora, de riesgo, que también englobaba a los autores del boom latinoamericano, quienes eran los autores de referencia en el mercado para editoriales, periodistas culturales y premios literarios. Al mismo tiempo, había una tercera línea, metaliteraria, esteticista, que manifestaba preocupación por el hecho de escribir, entre cuyos representantes se hallaban Francisco Umbral, Juan José Millás y Javier Marías.
En los años ochenta, se descubrió el mercado. Editores y escritores se animaron a conquistarlo. Con ello se produjo una progresiva desaparición del editor literario, quien se fue limitando a editoriales independientes, cada vez más pequeñas y de menor influencia, desplazado por la llegada de los editores comerciales, gente que sabía vender libros. En este milenio, el campo incluye al editor salvaje, agresivo, únicamente interesado en ganar dinero, quien trata los libros como cualquier otra mercancía.
Algunos autores como José María Merino y Juan Jose Millás, que comenzaron con mucho arrojo, fueron guiando su narrativa a conquistar ese mercado, el cual comenzó a premiar a la novela intimista, realista, con foco en los sentimientos y en las mujeres. En la novela La soledad era esto (1990), de Millás se ve este cambio: Un detective es contratado por una mujer para que la siga y no solo dé cuenta de sus actividades, sino también hurgue en sus sentimientos. Lo mismo pasa con la literatura: la mujer (principal consumidora de libros según los estudios de mercado) lee novelas para buscarse a sí misma, para hallar en la noche cuando se ponga a leer lo que ella ha vivido durante el día.
Marginada por el peso del mercado, la literatura de riesgo comenzó a ocupar un lugar más limitado y hay muy pocos nombres en ese campo: Mercedes Soriano, Félix de Azúa, Javier Tomeo, Eloy Tizón y José Ángel González Sainz, por ejemplo. A principios de la década de 1990 surge una línea de realismo duro, roquero, directo, con temas como sexo y drogas, que tuvo su momento de gloria comercial, en la que podemos mencionar a Lucía Extebarria.
Batallando con el mercado y con el espacio editorial está el tema de la Guerra Civil. Han aparecido muchas novelas al respecto, como Herrumbrosas lanzas (1983-1986), de Benet, La colmena (1951), de Cela sobre la posguerra, y otras que abordan las mismas novelas sobre la Guerra Civil, su escritura y su éxito editorial. Por ejemplo, El batallón de los perdedores (2006), de Salvador Gutiérrez Solís, que se relaciona con Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas. Isaac Rosa escribió también sobre el tema en La malamemoria (1999) y luego El vano ayer (2004). Después decide reconstruir la primera novela porque le parece mal escrita y publica ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (2007).
La forma de asumir la batalla en el campo de la Guerra Civil no siempre es igual. Se debate entre los escritores que asumen una responsabilidad con respecto a estos temas y quieren volver a contar la historia con sus novelas, las novelas “buenistas” desde el ángulo de los oprimidos, más éticas pero por lo general de poco valor literario, y las novelas deleznables, que solo pretenden aprovechar el tiro comercial.
Manuel Vilas afirmó que la narrativa española se divide en escritores que combaten en la Guerra Civil y escritores que combaten en la Guerra de las Galaxias. Por supuesto, lo de la Guerra de las Galaxias es un chiste, pues esto no tiene nada que ver con la saga de George Lucas, sino más bien con la cultura pop. Hay escritores que se han alimentado de ella y han llevado la batalla a otros terrenos, como los representantes de la literatura mutante, “nocilla”, en la que se menciona a Agustín Fernández Mallo y al mismo Vicente Luis Mora. Se trata de una literatura desideologizada, con más artificios literarios y mayor voluntad de experimentación que le da más importancia a la forma que al fondo.
Aunque las grandes editoriales siguen confiando en quienes no se dejan llevar por las tendencias del mercado, a algunos narradores experimentales les ha costado muchísimo hallar un espacio editorial. Vicente Luis Mora afirma que la publicación electrónica nos ofrece una posibilidad de romper con la hegemonía del mercado y ha permitido que los editores vean que algo nuevo está sucediendo. Estos espacios alternativos marcarán una nueva suerte para la literatura y los escritores tendrán que librar sus batallas en esos campos.
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