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Cuando participé en la noche literaria de mujeres latinoamericanas en Sankt Gallen, hace ya ocho años, El mito de la segunda parte era mi único libro publicado de ficción. Mis ejemplares de autora se habían quedado en Venezuela y el título estaba descatalogado desde hacía tiempo. Pero ahora cuento con la segunda edición ampliada, corregida y trastocada de ese conjunto de relatos. Tuve el gusto de llevarla a Sankt Gallen el pasado 28 de noviembre y leer de su versión electrónica en el marco del Festival de Cine Pantalla Latina.
¿Cómo se realizó este evento en medio de la pandemia? Actualmente, no tenemos confinamiento completo en Suiza. Entre el verano y el otoño pasados las medidas se habían relajado. Se permitían eventos públicos con un máximo de 50 personas, por lo cual abrieron cines y teatros. Otras actividades recreativas y culturales estaban restringidas a un máximo de 15 personas, siempre y cuando se respetaran las normas de seguridad: distancia de mínimo metro y medio entre los asistentes, uso obligatorio de mascarilla, abstención del contacto físico, acceso a desinfectantes para las manos, registro con datos personales.
Ante la incertidumbre de estos tiempos, creí que el Festival sería cancelado y, tras la certeza de que sí tendría lugar, temí que no fuera nadie a escucharme. Sin embargo, he asistido a numerosas lecturas (mías, en grupo y de otros escritores), con una afluencia de público muy variada, y sé que, más que un determinado número de personas, lo que marca la diferencia en una lectura literaria es una audiencia receptiva que reaccione a los textos.
La escritura invita a cada lector a completar una historia. Salvo por los mensajes de quienes me escriben a través de este blog, no puedo saber qué emociones o pensamientos generan mis narraciones. Por eso, me sentí privilegiada de poder viajar y leer algunos de mis relatos ante un público que hubiera sido difícil conocer de otro modo, aunque no haya estrechado ninguna mano ni haya podido ver bien las caras de los asistentes.
El 12.º Festival Pantalla Latina se celebró entre el 27 y el 29 de noviembre de 2020. Aunque reducido en comparación con otros años, su programa comprendía nada menos que nueve películas de larga duración y unos cuantos cortometrajes. Mi lectura formaba parte del llamado programa paralelo y se realizó en una sala del restaurante Schwarzer Engel, con sillas de madera y decoración informal, a las 14 horas. La introducción estuvo a cargo de Marco Ubieto y conté con la colaboración de Samantha Kuster para la presentación en alemán.

Tras la lectura, se proyectó La fortaleza, del director venezolano Jorge Thielen Armand. Esta película, donde actúa el padre del director, explora una búsqueda del propio yo en medio de la minería ilegal de oro en Venezuela, y se aventura en la intimidad del creador y del protagonista con pinceladas autobiográficas y metaficcionales.
De hecho, El mito de la segunda parte es un libro metaficcional porque representa el encuentro con la escritora adolescente que fui, la evolución de mi estilo y las partes de mí que ya no existen. En el evento, no elegí los textos que más representan esta tendencia, sino que me centré en el tema del cine y de la intersección entre conflicto social y degradación personal.
La lectura se abrió con “Comer en tiempos de crisis”, relato que permitió compartir experiencias sobre el abastecimiento de alimentos en los supermercados, el costo de la comida y la paradoja del florecimiento de restaurantes cuando la reducción del poder adquisitivo impide acceder a los productos básicos.
En este marco, hablamos de los tostones, la merienda más común en los cines durante mi niñez. Me enteré de que ahora los venden hasta dentro de los autobuses. De allí pasamos a la experiencia de ir al cine y comer dentro de la sala (“Lo que descubrí con las papitas chips”), y de la cultura popular relacionada con la proyección de filmes de Hollywood, donde la experiencia se enfoca menos en la película que en la cercanía y la interacción con quienes comparten el mismo espacio.
Como medida de prevención ante el coronavirus, se prohibió el consumo de alimentos en los cines. En otras circunstancias, hubiera cabido comer chips de plátano, como los que se consiguen en las tiendas asiáticas y africanas de Suiza. No obstante, hay algo agradable en ese rato de silencio con la máscara dentro de una sala poco concurrida. Se eliminan las distracciones, se permite la inmersión en la obra que se nos presenta, se siente más seguridad que al andar por la calle, subirse a un autobús o hacer la compra.
Al hablar de seguridad y de comida no sana, venía a cuento el brevísimo “Salvado por la campana, parte II”, pero el encuentro entre el yo pasado y el presente, entre los sueños y la realidad, arte y frustración, clichés de Hollywood, premios internacionales y la ruptura entre la imagen pública y la vida privada se ponen de manifiesto en el “Currículum vítae” de una actriz. La lectura se cerró con “La Fundación de Escritores Bohemios”, una parodia de la institucionalización de los grupos literarios.
Se instaló el invierno y se restringieron las libertades: en Suiza ya no hay cines, ni teatros ni museos abiertos, ni siquiera las salas de lectura en las bibliotecas. Si el Festival Pantalla Latina se hubiera planeado para un mes después, habría tenido que suspenderse.
La amenaza del coronavirus nos obliga a la lectura silenciosa e individual, los audiolibros, las películas en Netflix y los eventos en línea. Cuando estos tiempos de pandemia terminen, probablemente la cultura no vuelva a ser la misma. Al menos, estoy contenta de haber participado en el Festival Pantalla Latina de Sankt Gallen y haber presentado El mito de la segunda parte ante una audiencia latinoamericana y de habla alemana con conocimientos de español. Tales oportunidades me recuerdan lo emocionante que es transmitir nuestro mensaje a otras personas y forman parte de las satisfacciones de ser escritora.
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