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Tuvo mucho sentido que Andrés Neuman diera su conferencia después de Francisca Noguerol en el Grand Séminaire de Neuchâtel, pues nos completó la idea que ella había iniciado en cuanto a la poética del intersticio y del pasaje, y comenzó con la metáfora del ruido que nos salió al encuentro cuando el rumor de un avión se interpuso en la conferencia anterior. “Escuchar consiste en extraer la música del ruido”, afirmó Andrés Neuman y añadió que podíamos tener una epifonía, es decir, una visión cuando escuchamos a alguien.
Así como la epifanía puede actuar como analgésico, la epifonía puede ponernos el dedo en la llaga, ya que lo que escuchamos no siempre nos regala el oído. Si seguimos a Isaac Rosa en la necesidad de acudir la literatura para entender nuestra realidad, comprenderemos que un texto como “Identidad de mano” (título que Andrés Neuman dio a su conferencia) nos confronte con el horror de la identidad pasajera e indefinida a quienes vivimos esa búsqueda existencial en diferentes espacios.
Andrés Neuman se quitó las gafas para leer el inicio de su texto, sobre su manera de hacer la maleta, por medio de renuncias e insistencias. Plantea su desdoblamiento entre la ropa usada (que no parece la misma que se puso) y la ropa limpia por estrenar (en la que él aún no está), entre lo que se aplasta y arruga en el interior de la maleta y su apariencia exterior [1]. Hacer la maleta forma parte del viaje, un inicio que implica la renuncia y la dualidad.
Andrés Neuman es un viajero con dos pasaportes, extranjero en ambos países que se lo otorgan. Pasó su infancia en Argentina y su adolescencia en España, gracias a la emigración de sus padres. En aquel momento, se llevó consigo una valija, no una maleta, y una lengua que le tocó traducir al llegar a España, lo cual le hizo dudar de su identidad. De hecho, él tiene acento español.
Andrés Neuman nos habló de la dificultad de definición de inmigrante y de nativo. ¿Qué es lo que determina la identidad y la patria? ¿El lugar donde transcurrió la infancia? ¿Y si estuvo fragmentada en distintos lugares? ¿El país de residencia, que podría estar sujeto a la misma fragmentación? ¿La lengua? ¿Y qué podemos decir entonces de todos aquellos que no hablan ni escriben en su lengua materna? Neuman nos recordó los casos de Vladimir Nabokov, Samuel Beckett y el ecuatoriano Alfredo Gangotena (quien fue traducido del francés al español).
“Para la poesía, ninguna lengua es materna”, declaró Andrés Neuman. Cada poema pone en marcha una traducción. Es como quedarse a dormir en un hotel de nuestra ciudad natal. A la hora de hablar de identidades, a un escritor le cuesta decir que es un escritor, a diferencia de otros profesionales, como los médicos, por ejemplo. Es más fácil responder sobre nuestra identidad como lectores que como escritores. Los lectores son más libres y no tienen nacionalidad, a diferencia de los escritores. Andrés Neuman nos contó que se la pasa acosado por preguntas con el verbo ser: ¿Eres poeta o narrador, argentino o español, crítico o académico? Esas preguntas no se pueden hacer porque no se pueden responder, puntualizó Andrés Neuman.
Pero luego concluye: “La identidad no es un acto de voluntad autista”. La identidad tiene que ver con la idea de los demás. Sin embargo, “esa grieta es la que más sentido produce” porque el componente de extranjería nos da una visión más global.
Reconozco que esta conferencia me puso triste porque de algún modo refuerza la idea de que los inmigrantes somos indefinibles, mutables y pasajeros. Si tenemos una identidad de mano, la podemos dejar olvidada en algún sitio, alguien nos la podrá quitar con facilidad y a muchos les parecemos intercambiables, pues lo mismo tenemos una maleta roja que una valija negra o un neceser azul, que se irán desgastando en cada viaje hasta que los cambiemos por otras piezas.
Abordé a Andrés Neuman al final de la conferencia, lista para emprender otro recorrido en tren como el que me llevó a ese coloquio en Neuchâtel. Él firmó mi ejemplar de El viajero del siglo, hablamos de viajes, de blogs y de tiempo para la escritura. Cuando leí su dedicatoria, situada en Berna, Neuchâtel y Wandernburgo, me hizo sonreír. Recordé sus últimas palabras en la conferencia: “Nada es lo que parece, mucho menos un congreso de literatura”.
Próxima entrega:
Viajeros en Neuchâtel: Andrés Neuman y el Grand Séminaire (III)
De cómo Fernando Valls nos muestra qué novela es y no es El viajero del siglo y nos revela su final.
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[1] Parte de este texto fue publicado días después de la conferencia como “Poética de mano” en Microrréplicas, el blog del escritor.
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